Yo, como tú, he intentado con todas mis fuerzas de
combatir el olvido. Como tú, he olvidado.
Como tú, he querido tener una memoria inconsolable, una memoria de sombras y de piedra. He luchado todos los días, con todas mis fuerzas, contra el horror de no comprender del todo el por qué del recordar. Como tú, he olvidado. ¿Por qué negar la evidente necesidad de la memoria?
Extracto del film Hiroshima Mon Amour (1959) de Alain Resnais, sobre textos de Marguerite Duras.
Como tú, he querido tener una memoria inconsolable, una memoria de sombras y de piedra. He luchado todos los días, con todas mis fuerzas, contra el horror de no comprender del todo el por qué del recordar. Como tú, he olvidado. ¿Por qué negar la evidente necesidad de la memoria?
Extracto del film Hiroshima Mon Amour (1959) de Alain Resnais, sobre textos de Marguerite Duras.
Intentar
hilvanar los fragmentos de nuestra memoria parece una tarea difícil pero no
tanto si el hilo utilizado es el arte. Sobretodo si hablamos de la memoria
colectiva, aquella que en la frontera se disuelve en un mar de sueños que se
mueven de ida y vuelta. Inasibles, cambiantes, impredecibles. Para comenzar a pensar la problemática de la
memoria colectiva es necesario elaborar una definición que incluya las diversas
interpretaciones del pasado, partiendo de la premisa de que no existe una única
memoria o visión de la historia, sino múltiples relatos. Cuando nos reunimos
con otras personas se narran viejas acciones que se transforman en recuerdos.
Es posible que las imágenes evocadas reproduzcan inexactamente lo pasado y en
todo caso los testimonios de otros nos ayudan a reconstruir nuestros recuerdos.
De una u otra forma se mezcla lo que podría llamar memoria histórica, que
supone la reconstrucción de los datos proporcionados por el presente de la vida
social y proyectada sobre el pasado reinventado, la memoria colectiva que es la que recompone
mágicamente el pasado y cuyos recuerdos se remiten a la experiencia de una
comunidad puede heredar a una persona o grupo de personas y la memoria individual que en ocasiones se
enfrenta a la memoria colectiva y en ocasiones niega a las otras memorias. Pero entonces encontramos
al arte como una manera de encontrarnos con el mundo y transformarlo, o al
menos entenderlo, o al menos recordarlo. Carlos
Alonso afirma que “el arte tendría que reflejar los acontecimientos de su
tiempo y de su propio lugar, enraizado profundamente con las preocupaciones,
con los dolores, los logros y los ideales de su propia comunidad. Si el arte
participa de la producción de realidad, entonces, es historia, y memoria de su
tiempo”. En manos de los artistas, dice Rodrigo Alonso en su artículo, La necesidad de la memoria, todo
registro, imagen, sonido o palabra accede a un universo de significaciones que
supera el nivel de la evidencia. Es en ese nivel, justamente, donde podemos
esperar una redistribución de lo sensible que transforme las formas de
percibir, escuchar y ver. Si existe alguna posibilidad de arrojar nueva luz
sobre ciertos acontecimientos relevantes, si pudiéramos pensar en nuevas
lecturas y miradas en relación a situaciones, hechos o personajes engarzados en
la historia o la memoria, quizás no debiéramos esperarlas tanto de una revisión
más exhaustiva de los registros existentes como de nuevas configuraciones
estéticas, nuevos usos de las realidades existentes, nuevas transformaciones
del espectro sensorial. El arte contemporáneo ha emprendido hace largo tiempo
esa tarea. La confluencia de las imágenes y las palabras del pasado, los
recuerdos recuperados, los acontecimientos evocados, los sonidos conjeturados,
los hechos sabidos, los horrores intuidos, las heridas no cicatrizadas, las
vidas perdidas, la ignorancia infranqueable, con la voluntad de cultivar formas
que neutralicen la repetición anodina, las historias oficiales y el avance del
olvido, encuentra en la producción artística actual un ámbito de pura
potencialidad.
Tal vez la memoria misma es menos histórica que estética. Tal vez en la
ciudad está la memoria. Y en la estética de la frontera está la historia.
Armando García Orso
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