sábado, 29 de mayo de 2010

Bellezas invisibles: Nuestra pérdida diaria.


El mayor peligro para todos nosotros no es tener una meta muy alta y perderla, sino tener una muy pequeña y alcanzarla. Michelangelo Buonarroti

En un sólo día tres personas distintas me comentaron que mis escritos les parecían difíciles de leer. Al primer comentario pensé que tal vez era el escape de no querer escuchar lo que nos compromete, al segundo comentario pensé que no queremos entrar en etapas de reflexión cuando nuestro entorno personal es cómodo, al tercer comentario pensé que sí, puedo ser complicado al escribir porque me ataca el ansia de que tal vez no vaya a ningún lado con mis escritos mientras la realidad nos desborda. Les prometo a los tres intentar contener mi, en ocasiones coraje, en ocasiones entusiasmo y les dedico este escrito de una anécdota que me conmovió y espero a ustedes también. La transcribo tal cual. Quien cuenta esta historia narra cómo su abuela se despedía de éste mundo después de 99 años donde, según ella, ya lo había visto todo. Sin embargo, había algo en ella que sólo algunos podían ver. Su vida fue de un constante rodearse preferentemente de sus nietos los que por alguna razón se veían fuertemente atraídos por su compañía, a lo que ella respondía con sincera curiosidad y atención. Nada de discursos, guías morales, formalidades, ni prejuicios importados de siglos pasados. Simplemente había algo en ella de una belleza sutil e infinitamente acogedora, que extrañamente atraía más a algunos que a otros: en este caso, sus nietos. Casi al mismo tiempo, una amiga le contaba de un experimento social realizado por el Washington Post, que por alguna razón le entregó la satisfacción de saber que, de alguna forma, varios nos hemos detenido por un momento a apreciar la belleza de una increíble mujer, antes que la vida nos tirara de la mano de vuelta a nuestras apuradas vidas. He aquí el experimento:
En una fría mañana de Enero, un hombre se paró a la entrada de una estación de metro en Washington DC y comenzó a tocar el violín. Tocó seis piezas de Bach por cerca de 45 minutos. Durante ese tiempo, en la mitad del horario punta, se calcula que miles de personas pasaron frente él, la mayoría camino a sus trabajos.
Tres minutos pasaron y un hombre de mediana edad notó el músico tocando. Redujo el paso y se detuvo por unos segundos para luego apurarlo y marcharse.
Un minuto más tarde, el violinista recibió su primer dólar: una mujer le arrojó el billete sin parar y continuó caminado.
Unos minutos más tarde, alguien se reclinó contra la pared a escuchar, miró su reloj y reinició su viaje, seguramente ya tarde para su próximo compromiso.
El que prestó más atención fue un niño de unos 3 años de edad. Su madre lo apuraba pero el niño se paró a escuchar la música. Finalmente su madre lo arrastró y terminó llevándoselo, mientras él giraba continuamente su cabeza hacia el violinista mientras se alejaba. Esta acción fue repetida por varios niños. Todos los padres, sin excepción, los forzaron a seguir caminado.
En los 45 minutos que tocó el músico, sólo 6 personas se detuvieron por un momento. Unas 20 personas le dieron algo de dinero mientras continuaban caminando sin parar. Recolectó un total de $32 dólares. Cuando finalmente terminó de tocar y el silencio de apoderó del lugar, nadie lo notó, nadie aplaudió, ni menos hubo reconocimiento alguno.
De hecho, nadie supo que el violinista era Joshua Bell, uno de los músicos más reconocidos del mundo. Lo que había tocado eran una de las piezas de violín más complicadas jamás escritas y su violín tenía un valor de 3.5 millones de dólares.
Dos días antes de tocar en la estación de metro, Joshua Bell había vendido todas las entradas de un teatro en Boston con asientos de $100 dólares c/u.
Este experimento social trató sobre la percepción, gustos, y prioridades de la gente, y las preguntas del ejercicio era:
¿En un lugar común a una hora inapropiada, somos capaces de percibir la belleza?
¿Nos detenemos a apreciarla?
¿Reconocemos el talento en un contexto inesperado?
Las conclusiones posibles son bastante obvias:
Si no tenemos un momento para detenernos a apreciar a uno de los mejores músicos del mundo tocando la música más exquisita jamás escrita… cuantas cosas más nos perdemos a diario?

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