jueves, 20 de mayo de 2010

Un cocodrilo en el drenaje



Da mejor resultado revitalizar áreas urbanas con pequeñas mejoras que con grande proyectos.

Vivimos un momento donde la noticia de un tiroteo, un violento ajuste de cuentas exagerado al máximo por los diarios, sobretodo aquellos especializados en la nota roja, nos mantienen en un estado de tensión permanente. Ante esta situación se van creando mitos, historias sin confirmar como aquella que se comenta en la ciudad de Nueva York que se remite a los años 50 en Florida, donde en los carnavales se vendían pequeños cocodrilos bebés en unas pequeñas bolsas, cocodrilos que eran muy apreciados por los niños. Para las familias que venían de fuera de Florida, especialmente aquellas provenientes de Nueva York, llegando a su ciudad los cocodrilos bebés se convertían en un problema, por lo que terminaban siendo arrojados en la taza de los sanitarios. De acuerdo a este mito los cocodrilos alcanzaron en los drenajes subterráneos de Nueva York descomunales proporciones, se convirtió en un monstruo del inframundo. Esta es una historia urbana que nos lleva a reflexionar hasta dónde pueden llegar las consecuencias, en una ciudad grande, por los actos o iniciativas de otros. Nos vemos de pronto asustados de la gente, sobretodo de aquellos distintos a nosotros, en raza, religión o condición social. La ciudad a medida que más crece, más crecen los problemas. Pero ¿cómo crece la ciudad? Por un lado encontramos el barrio tradicional, el centro, con usos mixtos, amable con el peatón, donde encontramos distintos niveles socioeconómicos viviendo en armonía, sin un alto impacto en el medio natural. Por el otro lado el crecimiento hacia “afuera”, hacia los suburbios, la forma de crecimiento estándar en los Estados Unidos de Norteamérica. Una forma que ignora los precedentes históricos y la experiencia humana, promovida por los desarrolladores. Contrario al típico modelo de barrio que crece orgánicamente a la necesidad humana el “suburbio” es un sistema completamente artificial, no deja de tener cierta belleza en el orden, es racional y comprensible. Es predecible pero al mismo tiempo observamos que es un formato autodestructivo. Va consumiendo el medio natural en una tasa alarmante. Se va consumiendo los centros de las ciudades y aún con los grandes esfuerzos por revitalizarlos, los suburbios más cercanos a ellos van perdiendo residentes en una búsqueda por nuevos suburbios, en un círculo destructivo interminable. Y uno de los síntomas inmediatos es la pérdida del espacio público, los espacios se privatizan y se regulan con exceso. Inevitablemente los espacios públicos dan sentido a la forma como contemplamos la ciudad, reflejan el carácter y la personalidad de la gente. Hay una razón para la actual crisis social, del medio ambiente y la economía: cuando los ciudadanos no se sienten propietarios de su espacio público afecta la forma como se visualizan los problemas globales. Los esfuerzos para reclamar y revitalizar los espacios públicos nos muestran que podemos hacer una diferencia en nuestro entorno. No se requieren los grandes proyectos, bastan pequeños detalles para generar un cambio. Hacer pequeñas las ciudades es una tendencia mundial, revitalizarlas es una urgencia. La historia del cocodrilo nos envía un mensaje de las consecuencias de atentar contra la naturaleza, de la falta de control de la ciudad “grande”. Pequeñas ciudades, pequeños detalles…grandes resultados. Sin cocodrilos.

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