domingo, 16 de mayo de 2010

EL PLACER, y la ciudad

“Más vale perderse en la pasión, que haber perdido la pasión”
Kierkegaard


PLACER m. Alegría, contento (V. Dicha y júbilo) Diversión, entretenimiento. ( lat. Placere ) Agradar, gustar.
Es un hecho que nos han educado con temor al placer, especialmente los líderes religiosos que nos han inculcado el sufrimiento como medio a la redención y cuando escuchamos la sola palabra placer nos volteamos a ver si alguien escucha o si la escuchamos volteamos a ver quién la mencionó. Asociamos el placer al sexo y sin embargo el placer lo podemos encontrar en los pequeños detalles de todos los días, sólo hay que aprender, como lo decía el maestro Ouspensky, a observar nuestro entorno. Así comenzamos a observarnos. Desde luego, nos olvidamos de observar cuando retomamos la rutina de todos los días. Cuando estamos nuevamente en la calle y comenzamos a correr, a apurarnos sin descanso, o cuando vemos que los entretenimientos tienen más fuerza seductora sobre nosotros mismos. Pero no ha de faltar el instante de hacer un alto en el correr de la vida, buscar el silencio y encontrar la oportunidad de observar todo nuestro entorno. Recordamos que una vez al observar hemos descubierto algo. Por pequeño que haya sido, nos puede representa un gran placer. Además a través del placer habremos encontrado una relación entre el mundo propio con el mundo externo. En el libro “ Semilla de Áloe ” de José F. Ruiz Mata podemos encontrar la ciudad como motivo de placer: “Sentí los olores de la madrugada: jazmín y azahar mezclados con los contenedores y esquinas orinadas. Olor a humanidad desde algún balcón abierto al frescor y la calma. Miré hacia arriba y las estrellas se escondían entre las azoteas y los tejados, jugaban a ocultar sus nombres, a dejarse guiar por el espacio entre callejones y plazoletas. Evoqué por unos instantes alguna parte de la Séptima sinfonía de Beethoven, pero sólo fue la ráfaga de un antiguo recuerdo”. Es evidente que las ciudades resultan atractivas debido a una gran cantidad de razones, ofrecen experiencias inalcanzables en cualquier otro medio y esto las convierte en una fuente de placer. Dada la complejidad del origen de sus habitantes la experiencia placentera puede ser distinta, los factores personales determinan en gran medida la experiencia. Un residente de muchos años de Tijuana podrá gozar de manera especial saborear los burritos del Bol Corona, las tortas del Car-Wash (1968) o los tacos de la Especial (1952), jugar una partida de ajedrez en el Parque Teniente Guerrero o asistir al cine club de la Casa dela Cultura en la colonia Altamira y los más nuevos residentes van encontrando otros nichos de placer de la ciudad. La figura del paseante o flaneur presentada por Baudelaire como un personaje que recorría los bulevares y galerías en el siglo XIX encontrando regocijo y placer en el simple hecho de deambular sin rumbo o propósito alguno. Para el flaneur la ciudad era una vitrina con continuos y cambiantes puntos de fuga, era un lector y traductor del paisaje urbano ahora remplazado por la imagen animada donde la caminata es remplazada por el zapping con el control remoto de la televisión. En la película “Vivir en la ciudad” del director Claudio Bartel la historia se detiene en esos pequeños instantes de la vida de una ciudad que suelen pasar desapercibidos: una pareja de ancianos esperando a su hijo, un beso robado en una esquina, encuentros y despedidas. Sólo gente. Gente que trabaja, estudia, siente. Son las personas que hacen de una ciudad, un lugar para vivir. Se rescatan momentos precisos de la vida de los habitantes donde sobresalen los elementos de la vida cotidiana de la ciudad, elementos que todo el mundo ve y conoce, pero de los que no se tiene conciencia generalmente por la incapacidad de observar. Esta película habla del valor de las pequeñas cosas de la vida, habla de personas que no necesitan cenar afuera para ser felices. Habla de gente que sueña a pesar de las dificultades, habla de gente que encuentra el placer de la ciudad día a día. El placer en la ciudad nos compromete a ser responsables con la misma, a exigir a las autoridades, empresarios y ciudadanos en general que se cuiden los detalles de la ciudad por más pequeños que éstos sean. Pasear al perro, salir a hacer ejercicio, recorrer la avenida de la mano de la pareja, escuchar en silencio el murmullo de las olas, bailar al compás de la música del vecino, la carne asada en el parque, el disfrute del concierto en la explanada, la celebración de las fiestas populares hacen una ciudad segura…y placentera. Vivir en la ciudad es un momento de placer e intimidad.

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