domingo, 16 de mayo de 2010

PAISAJES CULTURALES. El reto del siglo XXI

PAISAJES CULTURALES
El reto del siglo XXI

Hemos comentado en varias ocasiones el impacto de la cultura en la vida urbana, pero ¿qué sucede cuando se reúne el binomio cultura-naturaleza? Este binomio es precisamente la nueva aproximación del manejo del territorio en el siglo XXI y su principal reto. Como lo ha indicado Joaquín Sabaté, investigador chileno radicado en España: parece que el fracaso del urbanismo científico derivado de una obsesión por el apoyo en disciplinas como la economía o la sociología, desde herramientas como las variables poblacionales o el deslumbramiento por los resultados de encuestas, principalmente desarrollado en la última mitad del siglo XX, se ha transformado paulatinamente hacia un interés por la interpretación de las singularidades de cada contexto como medio de intervención. El sentido común, es decir, la puesta en valor de las particularidades de cada lugar, lo más obvio, lo que queremos ignorar por su inmediatez, parece haberse convertido en el medio para encontrar el fundamento de planes y proyectos. En este contexto adquiere vigencia una definición de arquitectura del siglo XIX de William Morris: “La arquitectura abarca toda consideración del ambiente físico que rodea la vida humana. No podemos quedarnos al margen en tanto que formamos parte de la civilización, porque la arquitectura es el conjunto de modificaciones y alteraciones producidas en la superficie de la tierra para satisfacer cualquier necesidad humana...” considerando así que la calidad del entorno es un elemento esencial para la calidad de vida de los individuos y las colectividades es que se deriva el interés por el manejo contemporáneo de los paisajes. El término Paisaje Cultural aparece en escritos de historiadores o geógrafos alemanes y franceses de finales del XIX pero la acepción actual del concepto paisaje cultural no aparece hasta principios del siglo XX. La UNESCO celebra en 1972 una convención para la protección del patrimonio natural y cultural, antecedente de su política de paisajes culturales, que cristaliza 20 años después. Toda sociedad dinámica transforma de manera inevitable el paisaje, de forma que el intento de conservar intacto un paisaje humanizado –como si de una pieza de museo se tratara- acaba resultando imposible. Así que permanecer impasibles ante el manejo irracional de nuestros paisajes o dejarlos sin intervenir no es una buena alternativa. En nuestra región contamos con un área natural, el Valle de Guadalupe, con la gran necesidad de ser analizado y regulado bajo el principio contemporáneo de paisaje cultural por su importancia para el estado y para el país.
En la perspectiva de los paisajes culturales la región del Valle de Guadalupe puede interpretarse desde posiciones interdisciplinarias diversas como lo son la historia, la geografía, la economía, la industria, los estudios territoriales, el urbanismo y la arquitectura. El concepto de paisaje cultural se aplica a un ámbito geográfico asociado con eventos, actividades, personajes históricos, asentamientos, edificios, como signos de una ocupación del territorio, que contienen valores estéticos y culturales. Además de casos europeos y norteamericanos, se encuentran buenos ejemplos en Latinoamérica. Los más significativos de estos ejemplos sugieren que la gestión inteligente de los recursos patrimoniales está suponiendo uno de los factores clave para su desarrollo económico, al atraer turismo e inversiones, generar actividades y puestos de trabajo y reforzar la autoestima de la comunidad. Sin embargo, para que esta concepción adquiera sentido resulta indispensable el impulso de una cultura del paisaje. El paisaje no es sinónimo de verde, el paisajista no es un jardinero con alto estatus, el paisaje somos todos, el paisaje se transforma en la medida que nos movemos. La interpretación del paisaje es fundamentalmente un hecho cultural, significa un reconocimiento de nosotros mismos de nuestros defectos, de nuestras virtudes y de la huella que esos defectos y esas virtudes han dejado en nuestro entorno inmediato, donde los residentes constituyen los principales recursos, los recuerdos son recursos culturales básicos, donde resulta habitual la constitución de un grupo impulsor, donde resulta conveniente crear lugares de encuentro, plataformas de comunicación, donde hay que definir claramente los objetivos de toda intervención, donde resulta imprescindible explicar una historia, donde resulta crucial definir una clara estructura física y definir los límites visuales de la intervención. Este es el único camino para un área de condiciones frágiles pero con un gran potencial, llena de significados y enormes proyecciones económicas y culturales. Más adelante trataremos el proyecto de las rutas del vino asociado al paisaje cultural y en esta línea los paisajes culturales, como lo dice el mismo Sabaté, están llamados a jugar un papel relevante, porque constituyen la expresión de la memoria, de la identidad de una región, identidad como proyecto abierto que se puede ir enriqueciendo sucesivamente, para beneficio de todos.

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