domingo, 16 de mayo de 2010

Hablemos del Zócalo…




La plaza pública como espacio urbano tiene una larga tradición en México. La belleza y sabiduría del espacio prehispánico en la concepción de la ciudad como una celebración y una representación del cosmos la plaza viene a ser un espacio congregante, por otro lado la influencia hispano-árabe donde la plaza está delimitada por edificios del poder político, religioso y económico. La plaza en México es un espacio de celebración, de fiesta, de encuentro social, de cortejo amoroso, para la lectura serena, para la meditación o el juego de ajedrez con el paisano desconocido. La plaza con los artesanos labrando sus sueños, la plaza de los antojitos, del castillo de luces multicolores y el torito arrojando buscapiés. La plaza de las denuncias, del ya basta, de la petición de justicia.
La plaza es un factor primario de la personalidad de la ciudad y es muy raro encontrar un pueblo o ciudad en México sin su plaza principal. Tijuana no la tiene, el parque Teniente Guerrero en el centro de la ciudad fue por muchos años su sustituto y con sus limitaciones la gente se congregó ahí. Es de entenderse que alejados de los movimientos arquitectónicos del sur de México la plaza no fue un elemento considerado en un vaivén de presiones económicas y políticas.
Cuando el gobierno actual anunció la creación de una plaza la zona del río, el Zócalo, parece de primera instancia la posibilidad de recuperar un espacio importante para la ciudad y por su misma importancia era necesario convocar a organismos empresariales y sociales, asociaciones profesionales, líderes de opinión y a los ciudadanos en general a un ejercicio que dejara percibir cómo se imagina el ciudadano una plaza para que ésta sea verdaderamente un espacio significante.
Toda ciudad fuera de la organización pública formal requiere de una vida pública informal que la fundamente, que medie entre la ciudad y la privacía del ciudadano, requiere de espacios públicos que propicien más lo comunitario en relaciones horizontales con los poderes, que propicie la convivencia pacífica, un espacio público donde la vida cultural debe disputarle el espacio al miedo.
Habrá que buscar un vocabulario preciso para realizar la discusión de su forma y aspecto, vincular la plaza con los espacios existentes en su entorno y buscar su vinculación con nuevos espacios culturales. El diseño de una plaza exige la búsqueda de de un sistema de variables: ejes, distancias, materiales, flujos peatonales, conceptos, funciones, mobiliario urbano, etc., de manera que el propio sistema sea capaz de relacionar estas variables y pasar a constituir un espacio ideal alejado de nacionalismos sin sentido. Una buena fuente de estas variables es el ejercicio de imaginería que anotaba con anterioridad.
Se requiere una plaza que sea capaz de darle un sentido de grandeza a sus áreas pequeñas y un sentido de intimidad a sus áreas mayores recordando que el espacio arquitectónico-urbano tiene consecuencias psicológicas, sociales y culturales e influye en la conducta y la concepción que se tiene del espacio o lo que el ciudadano piensa que es su espacio.
La plaza debe ser un espacio con libertad de elección, con tramas de movimiento que establezcan flujos ordenados en el espacio, con calidad en los detalles.
La plaza requiere un diseño inteligente que genere un espacio público polivalente, flexible e intenso, un espacio que posibilite múltiples usos y lecturas para recuperar el sentido de la fiesta en un espacio de todos.

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